Comentario
Desde 1929 el Vaticano era un Estado independiente y soberano, el pontífice había firmado concordatos con más de 20 países y un número creciente de embajadores representaban a Gobiernos de muy diversas ideologías. Es decir, la personalidad moral de la Santa Sede era reconocida por la mayor parte del mundo occidental, a diferencia de lo sucedido unos decenios antes.Eugenio Pacelli, el nuevo Papa elegido, que tomó el nombre de Pío XII, había permanecido durante doce años en Alemania como nuncio apostólico, conocía perfectamente el alemán y estimaba a su pueblo, hasta el punto de ser acusado de favorecerlo durante la guerra.Indudablemente, conocía la psicología del pueblo alemán y las circunstancias por las que atravesaba. Apenas fue elegido envió una carta a Hitler en la que abandonando el estilo protocolario propio de la ocasión y expresaba sus deseos de una mejora de las relaciones.Durante la guerra anterior, Austria católica y Alemania parcialmente católica podían parecer preferibles a una Francia anticlerical, a una Inglaterra protestante y a una Rusia ortodoxa. En 1939 las relaciones del Vaticano habían cambiado: con Francia mantenía buenas relaciones, con Inglaterra, todo iba bien, sobre todo a causa de la tolerancia británica con las minorías católicas del Imperio, y el constante aumento de los católicos de USA y su creciente apoyo financiero podían favorecer la simpatía de la Santa Sede.Pero la actitud de Pío XII fue la misma de Benedicto XV: no llamaron nunca por su nombre a los países beligerantes, se refirieron constantemente a hechos, nunca a los estadistas o países, y utilizaron un lenguaje eclesiástico que, a menudo, no era directo, por lo que, consiguientemente, perdía fuerza y eficacia.Volvieron a repetirse las presiones de los Gobiernos -cada uno de los cuales creía defender la justicia-. Incapaces de comprender la neutralidad de la Santa Sede, la juzgaban, a veces, como neutral ante los valores y la justicia.Desde el momento de su elección, Pío XII dirigió todos sus esfuerzos al mantenimiento de la paz. En el mensaje de Pascua denunció las causas de las discordias internacionales, sin tener presentes los intereses de una u otra parte.Los periódicos anglo-franceses, al glosar las palabras del Papa, daban un gran relieve a los párrafos en los que hablaba de la falta de fidelidad a los pactos jurados, a la violación de las obligaciones y al espíritu de violencia dominante en las relaciones entre las naciones.Los italo-alemanes insistían en los puntos del mensaje alusivos a la necesidad de una mayor distribución de las riquezas de la tierra y al hecho de que una verdadera paz tenía que fundarse en la justicia, pero sin mencionar la caridad de la que también había hablado el Pontífice.El 3 de mayo de 1939, el jesuita Tacchi Venturi -en nombre del Papa- exponía a Mussolini la intención de Pío XII de enviar un mensaje a Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y Polonia, para exhortarles a encontrar, en una conferencia entre ellas, una solución a las cuestiones que exponían al peligro de una guerra.Tras la aceptación del proyecto por parte de Mussolini, el cardenal secretario de Estado invitó a los nuncios en estos cinco países a poner en conocimiento de los Gobiernos esta intención, preguntándoles cómo acogerían el mensaje que el Papa les haría llegar oficialmente más tarde.En su iniciativa de paz, Pío XII marginó tanto a Estados Unidos como a Rusia. Algunos afirmaban que el Vaticano estaba alarmado por la posibilidad de un acuerdo entre la URSS, Inglaterra y Francia con el objetivo de resistir juntos al agresor alemán, y que el Papa, al proponer la convocatoria de una conferencia, quería impedir este acuerdo. En realidad, parece más convincente suponer que el Papa convocaba a quienes en aquellos momentos tenían motivos de fricción y enfrentamiento.Francia e Inglaterra temían un nuevo Munich, Polonia pensaba que esta conferencia no protegía sus derechos y Alemania sabía que se encontraría en minoría. El 9 de mayo, los ministros de Asuntos Exteriores de Italia y Alemania, reunidos en Milán, declaraban que, dada la mejoría de la situación internacional, la iniciativa debía considerarse prematura y, por el momento, innecesaria, ya que podía arriesgar la autoridad del Sumo Pontífice.En los Estados democráticos era evidente la preocupación por evitar que la propuesta conferencia acabara por hacer el juego a Alemania. Aquí y allí surgían temores y reservas sobre la bondad del medio propuesto por el Papa. Se repetía, aunque bajo otra forma y en situaciones políticas y militares totalmente distintas, la actitud adoptada frente a la propuesta de Benedicto XV.Mussolini y el nuncio en Berlín vieron una posibilidad de paz si Polonia aceptaba la devolución de Danzig al Reich y la apertura de negociaciones sobre las cuestiones del corredor y del trato a las minorías respectivas.El 30 de agosto el nuncio Cartesi de Varsovia fue encargado de comunicar estas condiciones al presidente de la República. El día 31 el Papa se dirigió a los Gobiernos de Alemania y Polonia. El coronel Beck, ministro de Asuntos Exteriores polaco, respondió que la publicación de tal propuesta heriría en sus sentimientos más íntimos a la mayoría católica de los ciudadanos de su país.Lejos de querer sacrificar a Polonia, la política vaticana quería quitar a Hitler todo pretexto para hacer la guerra. En esto se parecía a la política inglesa de apaciguamiento. De hecho, los políticos ingleses fueron los que mejor comprendieron los esfuerzos de la diplomacia vaticana.Cuando el 28 de agosto, el embajador francés pidió una declaración pública en favor de Polonia, se le respondió que pedía demasiado: "No había que olvidar que había 40 millones de católicos en el Reich. ¿A qué se les exponía con un acto semejante? El Papa ya ha hablado y ha hablado claramente".El lenguaje de condena de la invasión de Polonia pareció demasiado cauto a los círculos diplomáticos occidentales. No cabe duda de que el lenguaje eclesiástico tiende con frecuencia a lo nebuloso y difuminado, y esto se acentuó por la tendencia barroca de la prosa de Pío XII. Pero resultó evidente para todos la preocupación del Papa por el caso polaco, única nación recordada expresamente en su primera encíclica Summi Pontificatus:"La sangre de numerosos seres humanos, incluso no combatientes, alza un patético lamento especialmente sobre una dilecta nación, como Polonia, que por su fidelidad a la Iglesia, por sus méritos en la defensa de la civilización cristiana, escritos con caracteres indelebles en los fastos de la historia, tiene derecho a la simpatía humana y fraternal del mundo, y espera, confiada en la poderosa intervención de María, Auxilium Christianorum, la hora de una resurrección correspondiente a los principios de la justicia y de la verdadera paz".Habría que añadir como motivos de tal silencio aparente su deseo expreso de no interferirse en los sucesos internacionales y su interés en no prejuzgar las probabilidades de éxito de su acción en favor de la paz. En realidad, pudo haber afirmado también que ninguno de los interesados acogió sus repetidas sugerencias en favor de un encuentro y de una discusión adecuada cuando todavía era posible.